Mis queridos estudiantes de 8o lean el siguiente fragmento de la obra María de Jorge Isaac y ralicen el taller
En la tarde de ese día, durante el cual había
visitado yo todos los sitios que me eran queridos, y que no debía volver a ver,
me preparaba para emprender viaje a la ciudad, pasando por el cementerio de la
parroquia donde estaba la tumba de María. Juan Ángel y Braulio se habían
adelantado a esperarme en él y José, su mujer y sus hijas me rodeaban ya para
recibir mi despedida.
Invitados por mí, siguiéronme al oratorio y todos de
rodillas, todos llorando, oramos por el alma de aquella a quien tanto habíamos
amado.
Ya en el corredor, Tránsito y Lucía, después de
recibir mi adiós, sollozaban cubierto el rostro y sentadas en el pavimento, la
señora Luisa había desaparecido. José volviendo a un lado la faz para ocultarme
sus lágrimas, me esperaba teniendo el caballo del cabestro al pie de la
gradería. Mayo, meneando la cola y tendido en el gramal, espiaba todos mis
movimientos, como cuando en sus días de vigor salíamos a cazar perdices.
Faltóme la voz para decir una postrera palabra
cariñosa a José y a sus hijas, ellos tampoco la habrían tenido para
responderme.
A pocas cuadras de la casa me detuve antes de
emprender la bajada, a ver una vez más aquella mansión querida y sus contornos.
De las horas de felicidad que en ella había pasado, sólo llevaba conmigo el
recuerdo de María, los dones que me había dejado al borde de su tumba.
A la hora y media me desmontaba a la
portada de una especie de huerto, aislado en la llanura y cercado de palenques,
que era el cementerio de la aldea. Braulio, recibiendo el caballo y participando
de la emoción que descubría en mi rostro, empujo una hoja de la puerta y no dio
un paso más. Atravesé por en medio de las malezas y de las cruces de leño y de
guadua que se levantaban sobre ellas. Al dar la vuelta a un grupo de
corpulentos tamarindos, quedé enfrente de un pedestal blanco y manchado por las
lluvias, sobre el cual se elevaba una cruz de hierro. Acerquéme. En una plancha
negra que las adormideras medio ocultaban ya, empecé a leer: “María…”.
A aquel monólogo terrible del alma ante la muerte,
del alma que la interroga, que la maldice…., que el ruega, que la llama…,
demasiado elocuente respuesta dio esa tumba fría y sorda, que mis brazos
oprimían y mis lágrimas bañaban.
El ruido de unos pasos sobre la hojarasca me hizo
levantar la frente del pedestal: Braulio se acercó a mí y entregándome
una corona de rosas y azucenas, obsequio de las hijas de José, permaneció en el
mismo sitio como para indicarme que era hora de partir. Púseme en pie para
colgarla de la cruz y volví a abrazarme de los pies de ella para darle a María
y a su sepulcro un último adiós…
Había ya montado, y Braulio estrechaba en sus manos
una de las mías, cuando el revuelo de un ave que al pasar sobre nuestras
cabezas dio un graznido siniestro y conocido para mí, interrumpió nuestra
despedida. La vi volar hacia la cruz de hierro y, posada en uno de sus brazos,
aleteó repitiendo su espantoso canto. Estremecido, partí a galope por en medio
de la pampa solitaria, cuyo vasto horizonte ennegrecía la noche.
Jorge
Isaac (fragmento capítulo LXV)
1. Teniendo en cuenta el
texto leído, responde las siguientes preguntas:
· ¿Qué
personajes se encuentran con Efraín?
· ¿Qué
sentimientos los ligan a sus patrones?
· El
graznido siniestro de un ave acompaña a Efraín en la despedida. ¿Qué relación
puede tener ese detalle con el estado de ánimo de Efraín?
2. En la expresión Faltóme
la voz para decir una postrera palabra cariñosa a José y a sus hijas, ellos
tampoco la habían tenido para responderme:
· ¿Quién
está hablando?
· ¿Qué
significa la palabra postrera?
3. La partida de Efraín
representa la pérdida del paraíso. ¿Qué hechos indican el final trágico?
4. Con tus propias palabras,
explica el significado de las siguientes expresiones.
· De
María, sólo llevaba los dones que me había dejado al borde de su tumba.
· A aquel monólogo
terrible del alma ante la muerte, elocuente respuesta dio, la tumba fría y
sorda.
5.Consulta la biografía de Jorge Isaac